Antes y después del gran día…visto por una wedding.
Lo que nadie ve (pero yo siento)
En torno a una boda pasan tantas cosas... hay momentos grandes, pequeños, emocionantes, caóticos, divertidos, mágicos. Y aunque cada uno tiene sus protagonistas, yo también los vivo. Porque cuando una pareja me elige, no solo empieza un proyecto. Empieza una historia que, sin darme cuenta, se cuela en mi vida.
Y me digo: “Davinia, prepárate, porque esto va mucho más allá de organizar una boda”.
Los primeros mensajes, las reuniones, las ideas… Poco a poco se van abriendo, me cuentan sus sueños, sus miedos, sus dudas. Y sin darme cuenta, ya estoy dentro. Dentro de su historia, dentro de su ilusión.
Y entonces llegan los preparativos. ¡Ay, los preparativos! Me repito que todo va bien, pero sé que vendrán decisiones que cuestan, cambios de idea, nervios, alguna lágrima... Y ahí es donde más me necesitan. Y yo… ahí me quedo. Para eso estoy.
Y sí, lo admito: también me vuelvo un poco psicóloga, un poco hada madrina, un poco gestora de crisis emocionales. Y todo eso mientras diseño, coordino, llamo, comparo, reviso y pongo el corazón en cada detalle.
A veces paro y me digo: “¿Te das cuenta de lo que estás viviendo?”. Porque es así, lo vivo. Como si fuera mío.
Y llega el gran día. Respiro hondo. Miro todo. Todo está listo. Todo está en su sitio. Todo… salvo mi lágrima, que no hay quien la controle. Me escondo un poquito, me limpio disimuladamente… y sonrío.
Porque ese momento, ese instante en el que les veo felices, abrazados, emocionados… es el mejor regalo que puedo recibir. Es cuando sé que todo ha valido la pena.
Y pienso: “Davinia, lo has vuelto a hacer. Has acompañado, has sentido, has creado… y ahora formas parte de algo que nunca se olvidará”.
Eso es lo que significa para mí ser wedding planner. No solo planifico bodas. Acompaño historias. Y las vivo. A fondo.